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Entrevista a la escritora Montserrat Martorell, la autora de 'La última ceniza'

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Montserrat Martorell es escritora, periodista, comunicadora social de la Universidad Diego Portales, Máster en Escritura Creativa y candidata a Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja como docente en dos universidades chilenas y acabar de publicar su primera novela. 

Aunque nació en Argentina, está afincada en Chile y ha tenido el privilegio de ver medio mundo en sus viajes, aventuras en las que ha conocido historias tan inspiradoras como influyentes para su escritura. Es una de esas personas que tienen el alma quebrada en mil pedazos repartidos por los lugares que ha visitado. Es una ciudadana del mundo, sin una patria y con muchas a la vez, y eso se ve reflejado en sus textos. Para muestra, 'La última ceniza' (editorial Oxímoron). 

Pasen y lean, pero no sin antes apuntarse los destinos de la gira internacional de presentación del libro que dará inicio en apenas dos semanas y al sur de Chile, en Punta Arenas. Durante los meses sucesivos visitará Argentina, Ecuador, México y España. Ahora sí, pasen y lean. Y, si es posible, no cierren la puerta al salir y comiencen a leer su novela si no lo han hecho ya. 



Ante todo, me gustaría darte la enhorabuena por la publicación de ‘La última ceniza’. Lo cierto es que no todos los escritores noveles consiguen que una editorial se fije en su obra, y más tratándose de una primera novela. Me pregunto cómo sucedió.

Muchas gracias, Irene. La verdad es que escribí 'La última ceniza' hace dos años, mientras hacía un Master en Escritura Creativa en la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, no fue hasta que regresé a Chile que quise publicarla. Mandé el manuscrito a algunas editoriales y un par de meses después tuve respuesta positiva de dos.

Decidí finalmente trabajar con Oxímoron. Recuerdo ese día como uno especial, sobre todo porque se comunicó conmigo la editora, Paula Gaete, para decirme que a los tres editores les había gustado muchísimo la novela y que querían trabajar conmigo.

Este es un oficio difícil siempre. En todas las épocas, a cualquier edad. A veces siento que es como estar caminando por una calle muy larga y angosta, rodeada de puertas. Vas tocando una y otra y otra. Toc toc. Toc toc. En algún momento pasa que alguien sale de una, te dice que confía en ti, que quiere apostar por tu escritura y que la historia vale la pena; que tu historia vale la pena.





Imagino que cuando conociste la noticia sentiste una alegría inmensa. Probablemente, porque esa novela tiene mucho de ti, de Montserrat Martorell.

Sí, es una mezcla de muchas emociones, todas positivas. También una mano ajena que te viene a dar golpecitos en la espalda, que te dice: ¡todo es posible, sigamos escribiendo! ¡Sigamos haciendo de la escritura el centro de nuestras vidas!

Dicen que hay mucho de uno en lo que uno escribe o decide escribir. Yo pienso que sí. Que no. Que aquí hay imaginación, memoria, inventos, obsesiones, cosas que pasaron, que viví, cosas que sentí, cosas que me contaron mientras estuve muy lejos de Chile. Y probablemente haya partes mías, fragmentos, flotando aquí y allá, en una que otra línea de la novela.


Nos conocimos, precisamente, cursando aquel Máster de Escritura Creativa en la Universidad Complutense que antes mencionabas. ¿Influyeron en tu obra esos estudios? 

Por supuesto. Siempre recuerdo esa época (2013-2015) como una de las mejores de mi vida. Yo me gané una Beca, la Beca Chile, que te permite ir a estudiar afuera. 

Cuando pienso en esos años, pienso en la experiencia intelectual y emocional que significó. La posibilidad de estar en contacto permanente con otros escritores, de aprender de ellos, de tener grandes profesores. Estar de lunes a viernes en eso y tener un acercamiento a la escritura tanto teórica como práctica fue fundamental para el desarrollo de 'La última ceniza'. De hecho, la historia de Alfonsina y Conrado, mis protagonistas, surgió en una de esos múltiples ejercicios que hacíamos en clases.

A nivel personal, sentí que hubo un cambio muy fuerte en mí, un antes y un después de Madrid, de mi paso por la Complutense. Me acuerdo siempre de las palabras de José Donoso, gran escritor chileno, que decía que él había sentido la urgencia del viaje. Lo entendía porque a mí me había pasado igual. Necesitaba irme de Chile, cambiar las caras, los ojos, los acentos, las lenguas. Esa sensación que narra también él, la de, “expatriarse, viajar por meses y años, levantar las raíces de acá e intentar colocarlas en otra tierra”.


“Te gustan las palabras porque ellas te encontraron ahí, sola, mirándote el espejo mientras te pintabas los labios rojos y te secabas las lágrimas”. 

La anterior es una de las líneas de ‘La última ceniza’ que mejor definen la esencia de tu escritura, poética a la par que dramática, como si le estuvieras cantando a la vida y a veces a la muerte. Pero esa es solo mi impresión y por ello voy a pedirte que tú misma definas tu obra y tu escritura.



Qué difícil hablar de lo que uno escribe, de lo que uno quiere transmitir. En los momentos previos yo no pienso: “quiero decir esto, quiero definir esto otro”. Para nada. Me dejo llevar por conjuntos de emociones, de obsesiones, de ideas que vienen y van, de imágenes, de anécdotas que alguien me pudo haber contado y que me quedaron dando vuelta. 

Ese proceso, el de ir juntando información para poder escribir, de ir juntando recuerdos (esa vida que uno va viviendo), es tan importante como lo que viene después y que se traduce en el objeto físico que es el libro. Las respuestas de qué cosas definen mi escritura son muy a posterior y probablemente solo soy consciente de ellas en el proceso de edición, cuando logras ver tu obra desde la distancia, desde otro prisma. 

Yo te puedo hablar de qué cosas me interesa contar, sobre qué cosas me gusta escribir. Me gusta ahondar en la psicología, en los dolores de los personajes, su infancia, el pasado, la sexualidad, el amor, los recuerdos, la memoria. Me gusta la nostalgia, me gusta escribir sobre relaciones humana, sobre las mujeres, sobre la vida y sobre la muerte. Sobre lo que pasa y no pasa por la cabeza de las personas. Me gusta escribir sobre las máscaras, sobre el abandono, sobre las sensaciones absurdas o concretas que podemos tener en un momento determinado. Sobre las mentiras y la locura y la angustia y las cenizas que dejan el fracaso de un gran amor. Me gusta escribir sobre la oscuridad desde, quizás, ciertos rincones de luz. Me gusta que exista poesía, le doy importancia primordial al lenguaje y me interesa que éste se sienta, se palpe, se pueda tocar, morder, jugar. Me interesan las palabras, las historias, los mundos rotos. 




Antes te he dado la enhorabuena por la publicación. Ahora quiero felicitarte por la novela en sí misma, pues consigue conmover e impactar al lector. Personalmente, cuantas más páginas leía, mejor comprendía el verdadero trasfondo que intentabas mostrar: un alegato feminista y una crítica al machismo latente de la sociedad chilena actual.


Gracias, Irene. Tú sabes y entiendes la relación que uno tiene con sus historias… a veces es muy íntima… como conocer a un viejo amigo. No ve todo lo que hay en él porque el conocimiento es demasiado, estamos muy cerca y no logramos abstraernos del todo para hacer un buen análisis: hay afectos, hay emociones, hay vida de uno en él. Con la novela, pasa lo mismo. Uno se va dando cuenta de muchas cosas en la medida que otros te lo hacen saber. A través de sus interpretaciones, de lo que sintieron, lo que no sintieron… 

Uno como escritor está muy adentro del proceso, de los personajes, de sus dolores. Son parte de tu cotidiano, sueñas a veces con ellos, te hablan mientras vas camino al metro. Terminada esa fase, empiezas a darte cuenta que tienes un montón de preguntas: por qué hiciste esa descripción, por qué elegiste esos temas, por qué te imaginaste lo que te imaginaste, por qué la historia terminó así y no de otra manera. Reconozco que nada de lo que está ahí es casualidad, pero no era totalmente consciente de lo que escribía hasta ahora que he tenido que encontrar las respuestas, después de haber leído una y diez veces el libro. 

Creo que sí, que tienes razón en lo que planteas: revelo una parte de ese Chile oculto, medio de mentira, lleno de espejos, de secretos, de silencios. Un Chile que es bonito desde la puerta para afuera. Un Chile que nos muestra los espejos que tenemos todos, esos donde no nos gusta mirarnos, los laberintos, las máscaras. Lo que soy y lo que no soy. Lo que los demás no ven dentro de mí.

A mí me preocupa esa sociedad. Una sociedad del silencio, una sociedad que calla más de lo que dice. Y eso pasa en todas partes. El año pasado me fui a viajar un par de meses por Asia, en las vacaciones de verano. Recorrí sola once países y las historias que me iba encontrando eran las mismas que he escuchado en otros lugares. Me acuerdo, por ejemplo, en un hostal en Busán, en Corea del Sur, de una mujer, de una muchacha muy joven, de apenas veinticinco años. Llegaba todos los días, en la noche, con los brazos rotos, con marcas de jeringa, con moretones en los ojos, en la cara, en el cuello. El pololo le pegaba todos los días y ella seguía con él. 

Eso que te estoy contando pasa en Chile, sigue pasando en España, en Estados Unidos, en Francia, en Corea del Sur. Y sigue pasando porque vivimos presos de apariencias, vivimos sumergidos en los simbolismos que los demás nos otorgan a nosotros y que nos adjudican como quieren, a diestra y siniestra. Y eso hoy, en el siglo veintiuno. Un siglo donde la información abunda y se supone somos cada vez más libres. ¿Realmente lo somos? ¿Realmente sabemos quiénes somos? ¿Cuántas cosas callamos para seguir engrandeciendo esa imagen que se multiplica y se multiplica en las redes sociales? Esa imagen que no es más que un fragmento de algo muy mínimo que ni siquiera tiene las iniciales de nuestro nombre. Creo que le seguimos teniendo miedo a muchas cosas. Que nuestra identidad es a veces muy ambigua, muy frágil, muy dividida. 


En tu obra tratas temas bastante delicados, como la locura, la drogadicción, la violencia de género o la cultura de la violación. ¿Sentiste miedo en algún momento de pecar de demasiado dramatismo, de que una mala gestión de la información restase credibilidad a la historia?

No, no tenía ese miedo, pero no quería perder la autenticidad de lo que puede o no puede ser dramático. La vida es también eso y tiene partes más oscuras, más escondidas. Yo solo quería profundizar en ellas. Pienso que las historias que existen en “La última ceniza” son las historias anónimas que conocemos desde lejos, desde cerca, pero que están ahí. No me cabe duda de que muchos lectores pueden sentirse identificados: el matrimonio que pierde un hijo, la homosexualidad latente, las enfermedades que sufren aquellos que creemos tienen vidas perfectamente construidas, la relación ideal que no es tan ideal. Esa es la vida real.

Todos tenemos historias, roturas, conocemos personajes como Alfonsina, como Conrado, como Laura, como Federico. A veces pudimos haber sido alguno de ellos. A veces no lo fuimos porque tuvimos más o menos suerte. Pero están ahí, convivimos con ellos, son nuestras parejas, nuestros amigos, nuestra familia, mi hermano grande, los vecinos de arriba, la gente con la que no hablamos, pero están en un café, en la mesa de al lado, cruzando la calle, en la misma fiesta. 




Ahora, hablemos de tus personajes y de su labor como narradores de la historia. Puedo adelantar al lector que a veces son un poquito tramposos y que, gracias a ese rasgo, tu novela se convierte en un producto literario sorprendente y efectivo. Decidir qué desvelaban y qué no debió de ser una ardua tarea.

Sí, yo tenía dos intenciones al momento de crear la historia: escribir una novela donde el tiempo estuviera roto, fragmentado, como la vida de los personajes y que nada fuera lo que pareciera. Quería que el lector se dejara arrastrar por palabras, por imágenes, por mundos inventados, que mirara desde afuera, que fuera caminando muy cerca de ellos, que pudiera verlos y sentirlos, pero que tuviera esa sensación de duda permanente: ¿eso que dicen que pasó realmente pasó? ¿Por qué pasó? ¿Quiénes son realmente? No quería lo evidente, no quería que sucediera lo que todos creíamos en un primer momento que podía pasar y por eso las primeras seis páginas de la narración son importantes. En ellas está todo el juego y el misterio de la historia.

Yo quería hablar de personas que tuvieran miedos, que se miraran al espejo y las luces y las sombras iluminaran su destino. Quería entenderlos, respetar sus fracturas y sus decisiones. No quería decidir qué era verdad y qué era mentira; lo que me interesaba, fundamentalmente, era que la persona que tuviera mi novela en sus manos, entendiera que esta era una historia, una misma historia, contada a partir de múltiples voces, con muchos elementos en la superficie. 

No hay una sola verdad en toda la novela porque no me interesaba estar del lado de los dogmas: lo mío eran las preguntas y en esas interrogantes que se abrían, no había un solo camino para entender lo que allí estaba pasando. Había que jugar con la ambigüedad, con los tiempos, con los espacios. 


Parece inevitable preguntarte por tus influencias. Uno de tus personajes secundarios se llama Virginia y me pregunto si su nombre es un guiño a Virginia Woolf.

Influencias tengo muchas, particularmente desde lo latinoamericano, desde lo francés. Creo que las lecturas tienen mucho que ver con las etapas en que uno se encuentra, con los lugares donde uno vive, con la gente con la que nos relacionamos. Yo voy cambiando mis lecturas todo el tiempo, me sumerjo en los clásicos sin piedad, pero también en las historias que escriben aquellos que hoy están vivos. Me interesa lo que escriben los jóvenes, me interesan mis contemporáneos, me interesa nuestro tiempo.

Mis lecturas han ido de acuerdo a los momentos, a los lugares. He vivido en Argentina, en Chile, en España, he pasado una temporada viviendo en Francia y otro tiempo en Asia. De alguna manera, cada lugar me ha traído nuevos autores, nuevos conocimientos, nuevas historias. Durante mi periodo en Francia quería leer y conocer muy bien a los franceses, en Madrid fue lo mismo. Para qué decir Japón. He leído toda mi vida y cuando pienso en escritores que me han marcado, inmediatamente se me vienen a la cabeza Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Gustave Flaubert, Honoré de Balzac. El primer libro que leí, a los cinco años, fue 'El Principito'. Recuerdo la emoción, las lágrimas.

En la infancia, a los siete años, me impacté, sufrí y lloré con 'Mi planta de naranja lima' del brasileño José de Vasconcelos. A los doce, como muchos, me sumergí en 'Cien años de soledad' y a los diecinueve me rayé con Kundera. 

Al responder qué escritores me han marcado pienso en Kafka, en Joyce, en Rulfo, en Poe, en Proust. También en Camus, Nabokov y Oscar Wilde. La poesía ha sido definitiva. En Chile tenemos grandes poetas: Huidobro, la Mistral, Neruda, De Rokha. Para qué hablar de España y de Miguel Hernández y de Antonio Machado y de Federico García Lorca y de Jaime Gil de Viedma. La lista es interminable. 

Hoy en el velador tengo a Bolaño, a Modiano, a Houellebecq, a Henry Miller, a Nothomb y a Virginia, que nunca sale de ahí, porque es la mujer que le ha puesto un nombre a mi infancia, a mi adolescencia, a mi madurez. Y su nombre, sí, es un guiño total y lo manifiesto abiertamente en el libro cuando digo que le pusieron así por ser la escritora favorita de su padre. 

 
No puedo terminar la entrevista sin preguntarte para cuándo una segunda novela.

Estoy trabajando en ella. Espero, de corazón y de cabeza, terminarla en los próximos meses y presentarla a alguna editorial en diciembre. Quizás antes. Es una historia totalmente diferente a 'La última ceniza', pero que persigue ciertos tópicos que me importan como la memoria, los recuerdos, las relaciones humanas, la vida de las mujeres. Como lo he dicho en otras ocasiones, a mí me interesa construir una narrativa sobre mujeres, sobre historias de mujeres libres, complejas y lo que arrastran con esa libertad hoy en el siglo XXI.





Me despido de Montserat Martorell con palabras de agradecimiento por su tiempo y atención. Le deseo una carrera repleta de éxitos y le pido que siga cantándole a la nostalgia, a la memoria y a la locura. Porque, a veces, todos necesitamos mirar más allá de nuestras narices y empatizar con alguien que lo está pasando peor, aunque sea un personaje de ficción, como Alfonsina o Conrado, para comprender que, a lo mejor, nuestra vida no está tan mal como pensábamos.
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